El clima o ambiente de trabajo
en las organizaciones constituye uno de los factores
determinantes y facilitadores
de los procesos organizativos y de gestión, además
de los de innovación y cambio.
Desde una perspectiva de organizaciones vivas
que actúan reflexivamente,
analizan el contexto y los procesos, esto es, organizaciones
que aprenden, el clima de
trabajo adquiere una dimensión de gran relevancia
por su repercusión inmediata,
tanto en los procesos como en los resultados,
lo cual incide directamente en
la calidad del propio sistema.
Aunque resulta difícil llegar a
una única definición o acepción del clima
institucional, sí es posible
determinar varios tipos de clima y algunas formas
de describirlo y, de algún modo,
ciertas posibilidades de medirlo con objetividad,
lo que permite realizar algunas
afirmaciones sobre el tipo dominante
de clima en una organización y
cómo repercute en una dinámica de organizaciones
que aprenden.
Coherentemente con la propia
multidimensionalidad del clima, se hace
necesario abordarlo desde una
perspectiva que podríamos denominar «integral
», esto es,
valorando todos los elementos y los factores que aparecen directamente
en la organización o forman
parte de ella. En esta misma línea de
objetividad y rigor, hemos de
recurrir a la fundamentación científica del clima
y la justificación técnica de
las propuestas y actuaciones.
El clima de trabajo en las
organizaciones es a la vez un elemento facilitador
y también el resultado de
numerosas interacciones y planteamientos organizativos,
entre los que destaca
especialmente la planificación con todos sus
elementos, instrumentos y
vertientes, sin olvidar el elemento humano y, consiguientemente,
la comunicación,
participación, confianza y respeto, entre
otros.
Parece incuestionable que para
dar cumplimiento a una de las recomendaciones
más ampliamente reconocidas y
admitidas, como es la de flexibilizar
las organizaciones, como forma
de responder desde éstas a los continuos, complejos
y relevantes cambios que se
producen en el contexto social y educativo,
configurando unas señas de
identidad, es necesario hacerlo desde la perspectiva
de organizaciones capaces de
aprender, incluso de «desaprender» y volver a
aprender. ¿Cuál sería entonces
la condición sin la cual no podríamos realizar una
propuesta realista y seria en
este campo? Desde la consideración de la organización
como algo vivo, en el contexto
educativo, hablaríamos del centro escolar
como núcleo de
la actividad educativa y del aula como espacio de operaciones
didácticas. ¿Cuál sería la
característica fundamental de esa organización?: la
disposición a realizar un
trabajo conjunto en equipo, dispuesto a incorporar
innovaciones, atento a los
cambios internos y externos en el que el factor humano
y el ambiente de trabajo en un
modelo de previsión y planificación, destacan
sobre todos los demás.